miércoles, 23 de abril de 2014

Artículo-Ruta de la plata



Sed bienvenidos, viajeros que llegáis a estas tierras. Soy yo, el propio camino que hasta aquí os ha traído el que os habla. Yo soy la Vía de la Plata. En el pasado una ruta célebre, pues soy tan vieja como las historias que atesoro entre mis lindes. Y tan extensa como las regiones que cruzo a mi paso; de Astorga a Sevilla, de Sevilla a Astorga. Casi de mar a mar, de un extremo a otro de España. Hoy vengo a hablaros de una región, aquella a la que la historia dio por nombre Extremadura.


Con estas palabras extraídas de un documental elaborado por la Junta de Extremadura se recibe al visitante (peregrino o no) en el Centro de Interpretación General de la Vía de la Plata de Baños de Montemayor. Allí trabajé durante dos años.

No es fácil determinar con precisión el principio y el fin de un camino. Y más si tiene miles de años, como es el caso de la Vía de la Plata. La opinión más extendida es que resultó de la unión de dos caminos: el que comunicaba Augusta Emérita (Mérida) con Caesaraugusta (Zaragoza) a través de Asturica Augusta (Astorga), y el que unía la desembocadura del río Guadiana con Augusta Emérita a través de Itálica (la actual Santiponce, al lado de Sevilla). Por tanto, con Mérida como nudo de conexión, la calzada romana iría de Sevilla a Astorga. Hay otras versiones, como la de Wikipedia, que sitúa a la Vía entre Mérida y Astorga. Por otro lado, la mayoría de los visitantes asturianos me comentan que la calzada llega hasta Gijón, algún gaditano me ha asegurado que comienza en Cádiz. Aquí priman los intereses turísticos y culturales (económicos, en definitiva) y como es lógico, todas las instituciones quieren su trozo del pastel.

Vía de la Plata a su paso por Baños de Montemayor
Respecto al origen del nombre de la calzada, tampoco hay consenso entre los historiadores. Si bien, la versión más extendida es la de Roldán Hervás, que descubrió que el nombre de Vía de la Plata surgió en la Edad Media procedente de la evolución fonética de la palabra árabe “al-Balat” o “balata”, que significaría “camino empedrado”.

Pero no pretendo ofreceros datos que podéis encontrar en cualquier enciclopedia. En el mismo edificio donde se encuentra el Centro de Interpretación se ubica el albergue de peregrinos. Y quiero hablaros de ellos, de los peregrinos que siguen escribiendo la historia de esta vía milenaria.

Yo, la vieja Vía de la Plata, atesoro las vivencias de los que un día viajaron a través de mí y quisieron darme existencia, y renazco con cada caminante que por mí transita. Son los viajeros la razón de ser de un camino. Pasan los tiempos y ellos están ahí, siempre nuevos, quizás siempre los mismos. Y mi historia empieza antes que la de los propios hombres.

Peregrina por la calzada
Si tuviera que describir al peregrino tipo, quizás sería de Europa Central (destacan alemanes y franceses), de una cierta edad (abundan los jubilados o prejubilados) y con un marcado interés histórico. Este camino suele hacerse buscando historia, aunque hay otros motivos, como el deporte, la religión, el fortalecimiento de las relaciones interpersonales o una promesa. Pero la realidad es que la calzada es recorrida por todo tipo de personas. Hay peregrinos de todos los lugares; desde Cabezuela del Valle hasta Trinidad y Tobago, desde Pasarón de la Vera hasta Nueva Zelanda. De todas las edades; desde una señora francesa a dos meses de cumplir 97 años hasta una preciosidad de nena malagueña de tan sólo 15 meses que viajaba en un carro acoplado a la bicicleta de sus padres. Y no sólo a pie, sino que también abundan los que circulan en bicicleta (los llamados bicigrinos), algunos menos en caravana, e incluso conocí a un austríaco y a un almeriense que lo hacían en burro. Si bien algunos recorren la Vía hasta Astorga, la mayoría se desvían antes de llegar a este punto por el Camino Sanabrés con la intención de llegar a Santiago de Compostela.

A lo largo de mi trazado en Extremadura, los hombres abrieron espacios de mercado en las ciudades que construían, ciudades orgullosas que replicaban a la misma Roma. Podéis imaginar que hablo de Mérida (la Emérita Augusta), de Cáceres (antigua Norba Caesarina) o, cómo no, de Capera (hoy Cáparra). Siglos más tarde aparecieron Plasencia, Zafra o Almendralejo.

Pero lo que verdaderamente hace un camino son las historias. Chantal y su marido llegaron envueltos en sus impermeables un día de tormenta. Chantal es menuda, pura fibra, hecha de sonrisa, nervio y determinación. Su marido entró tras ella, más pesado, más serio. Hasta aquí no se apartan mucho del peregrino tipo que os conté: franceses, de una cierta edad (78 y 79 años respectivamente) y con un gran interés histórico y cultural. Pero en este punto su historia se aparta de lo convencional. A pesar de mi oxidado francés, pude entender que Chantal y su marido se conocieron a los 15 años. Se casaron 6 años después. Él fue profesor universitario de Historia. Ya había hecho el Camino Francés en tres ocasiones. Y tenía la ilusión de recorrer la Vía de la Plata cuando se jubilase. Pero dos meses antes de su jubilación, una enfermedad ocular degenerativa dio al traste con sus planes. Fueron años muy duros; muchas operaciones, postoperatorios y tratamientos que acabaron sin éxito, pues terminó perdiendo totalmente la vista de los dos ojos. Acabó sumido en una profunda depresión, y Chantal decidió hacerle el mejor regalo posible. Caminaban cogidos de la mano, sin prisas, deteniéndose en cada lugar de interés para que Chantal pudiera describirlo. Si un peregrino tarda unos 30-35 días en los casi 1000 kilómetros que separan Sevilla y Santiago, ellos calculaban hacerlo en cerca de tres meses. Andaban poquito cada jornada y hacían día en lugares como Mérida, Cáceres o Salamanca. Cuando terminé mi jornada laboral subí al albergue para despedirme. Allí estaban, sentados uno frente al otro con las manos entrelazadas. Tengo grabada esa imagen y sé que tardaré mucho tiempo en olvidarla. Estaban muy cansados, pero Chantal no perdía la sonrisa. Siempre su sonrisa. Y, a pesar del cansancio, en sus rostros se apreciaba la satisfacción. En el de Chantal por devolverle la ilusión a la persona con quien compartió todo durante más de sesenta años. Y en el de su marido por ver cumplido su sueño. Y es que sólo debe haber una cosa mejor que cumplir un sueño; cumplir un sueño al que ya habías renunciado.
Arco Romano de Cáparra
En los últimos siglos perdí mi esplendor de antaño. Los hombres que detentaban el poder transitaban por otros caminos y raramente volverían por mi ruta a estas tierras. Nuevas oportunidades vinieron con los tiempos modernos y sus avances. El ferrocarril primero y las carreteras después relanzaron la antigua senda, la Calzada Romana, el camino de siempre que distéis en llamar “de la Plata”. Ya no soy valorado por lo que otro día fui. Contemplo a mi lado vuestro paso, tan veloz como la técnica permite. Ahora hay que ser firme, rápido, seguro, pero yo resisto y ¡me niego!

También creo que merece ser contada la historia de los italianos Mateo y su hijo. En un perfecto castellano, pues trabajó unos años en Valencia, me relató que su vida nunca fue fácil. Se quedó huérfano siendo niño. Su único hijo nació con parálisis cerebral. Pero el mayor golpe se lo dio la carretera, cuando el coche que él conducía se salió a causa del hielo de la calzada. Su mujer falleció y su hijo permaneció durante dos semanas en coma. Mateo recordaba esos días como los peores de su vida; llorando, sintiéndose culpable y rezando, siempre al lado de la cama de su hijo. Allí es donde hizo la promesa de hacer el camino de Santiago si salía del coma. Y salió. Católico practicante, lejos de perder su fe estas desgracias no hicieron sino afianzarla. Mateo siempre tuvo el firme convencimiento de que Dios le devolvió lo único que le quedaba, su hijo. Y esperó a que éste alcanzara la mayoría de edad para cumplir su promesa. Buscando información en Internet descubrió la Vía de la Plata, un camino menos masificado que el del Norte o el Francés. A su hijo la discapacidad le provoca espasmos incontrolados que vienen acompañados de sonidos guturales. Por ello, en vez de dormir en albergues con salas comunes donde podría perturbar el descanso de los demás peregrinos, fue buscando albergues en los que pudieran ocupar una habitación, o en su defecto hostales o pensiones. Mateo me contaba que hacía años que no sentía esa sensación de bienestar, por compartir el camino con su hijo y por poder cumplir lo prometido. Durante el relato no se le quebró la voz ni una vez, ni siquiera apareció en sus ojos una lágrima. Parecía como si ese pozo ya se hubiera secado hace tiempo.

Yo que sé tanto de hombres y mujeres, en vosotros confío. Para los nuevos caminantes amantes de las historias, guardo el más preciado de mis tesoros: el legado dejado por los viajeros del pasado. Para los que no tengáis prisa y queráis recorrerme andando, os ofrezco retazos del antiguo camino conservados casi intactos a lo largo de los siglos.

Pero estas sólo son las historias de Chantal y su marido, de Mateo y su hijo. Cada año miles de historias siguen forjándose en este camino milenario. Y tú, ¿te atreves a escribir tu historia?

¡¡¡Que la marcha os sea grata, la vereda reconocible y la felicidad en mí y en vuestro destino alcanzable!!!
Alberto Nuñez Pérez

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